Es una creencia bastante común pensar que los niños pueden aprender varias lenguas simultáneamente sin apenas esfuerzo. Si bien es cierto que la mejor forma de dominar un idioma es aprenderlo a edades tempranas, no deja de ser ingenuo esperar que el desarrollo de una segunda lengua ocurra de manera casi automática. No se debe subestimar “el trabajo” que supone para el niño llegar a hablar un idioma de forma más o menos fluida.
Detrás de esta idea errónea sobre bilingüismo está, por un lado, la forma tan diferente que tiene un adulto de aprender una segunda lengua en comparación con un niño. Y por otro la naturalidad con la que los niños aprenden varias lenguas simultáneamente en países o zonas geográficas bilingües o multilingües.
Sin embargo, cuando nos referimos al aprendizaje simultáneo de lenguas en las que una de ellas es minoritaria frente a la que usa la comunidad en la que viven, la situación cambia. Por ejemplo, una pareja que reside en Ámsterdam y decide criar a su hijo en un ambiente bilingüe holandés- español; el padre mexicano y la madre holandesa tendrán que hacer un esfuerzo consciente y constante para que el niño tenga la suficiente estimulación lingüística.
La exposición a una lengua es condición necesaria para aprenderla pero no es suficiente, la realidad es que el niño “no absorberá” el español ni llegará a hablarlo si no se dan otra serie de condiciones.
El camino que recorren los niños bilingües no está siempre libre de dificultades ni es tan fácil como muchos piensan. Pero merece la pena elegirlo porque es -sin duda alguna- el más corto y rico en matices culturales, psicológicos y lingüísticos.
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